Por Jorge Manuel Rodríguez Almenar
Profesor de la Universidad de Valencia y
Presidente del Centro Español de Sindonología (CES)
Queremos dar inicio hoy la publicación de una secuencia de interesantísimos artículos sobre el Santo Cáliz de Valencia, de autoría del presidente del Centro Español de Sindonología (CES), D. Jorge Manuel Rodríguez Almenar, publicados en la revista Linteum nº 44 de Enero-Junio de 2008. Como se trata de un número monográfico dedicado exclusivamente al estado actual de la investigación sobre el Santo Cáliz, y debido a su extensión daremos aquí solamente un extracto y condensación de algunos de los principales artículos.
El Cáliz desde el punto de vista arqueológico
Quienes se acercan a la catedral de Valencia y ven por primera vez la reliquia del Santo Cáliz invariablemente afirman que la pieza es excesivamente rica como para haber estado en la Última Cena. Este comentario, que es la causa ordinaria de descalificación del objeto, es una afirmación totalmente gratuita que no se basa en estudio alguno sino única y exclusivamente en un prejuicio. Una objeción tan generalizada como injusta, porque para opinar es necesario conocer lo estudiado sobre la pieza. A la pregunta de «qué es este objeto» tendremos que contestar partiendo del estudio arqueológico. Son los arqueólogos los que nos tienen que decir qué estamos viendo cuando miramos un objeto antiguo aparentemente incomprensible. Y resulta que este estudio sí se ha realizado, pero son pocos los que se preocupan de conocer las conclusiones del mismo.
En 1960, Don Antonio Beltrán publicó los resultados de su investigación arqueológica –un estudio de extraordinaria importancia para la acreditación de la reliquia– en un libro titulado «El Santo Cáliz de la Catedral de Valencia«. En 1984 publicaría una segunda edición corregida y aumentada (Imp. Nacher, Valencia 1984, 2ª edición).
La investigación empezó en los años 50 del pasado siglo, cuando el entonces Arzobispo de Valencia, Don Marcelino Olaechea, encargó a D. Antonio Beltrán, entonces catedrático de arqueología en la Universidad de Valencia, un estudio sobre el Santo Cáliz. El profesor, que había estado en la cárcel después de la Guerra Civil y no era una persona especialmente piadosa, se negó en un principio alegando que para poder hacerlo necesitaría una autorización para manipular, tocar y desmontar una pieza que tenía su culto y esos requisitos eran imprescindibles para la investigación. Además, el tenía muchas dudas que esta fuera la copa que usó Jesucristo en la última Cena y quería saber que pasaría si esto se demostrara. Don Marcelino entonces le autorizó a desmontar la pieza, pues era precisamente lo que quería se hiciera, y se encargó él mismo de dar el resultado de la investigación, caso saliera negativo. Don Antonio nos declaró literalmente que «se había quedado enamorado del talante intelectual del arzobispo» y que precisamente eso le hizo involucrarse totalmente en el estudio de la reliquia.
Es de destacar, ante todo, que el profesor Beltrán consultó con especialistas en copas romanas tanto de Italia como de Inglaterra y, según nos dijo, sus conclusiones fueron refrendadas unánimemente por dichos expertos. Sin ánimo de ser exhaustivo, porque para eso existe la publicación a la que me remito, diremos que Beltrán fue la primera persona que pudo estudiar en profundidad el Cáliz y es hasta hora la única persona que ha podido desmontarlo. El interés fundamental del estudio de Beltrán consiste en haber aclarado que el Cáliz tal y como hoy lo conocemos está formado en realidad por tres partes perfectamente diferenciables.
La parte superior del cáliz, la principal, es una copa de piedra, a modo de tazón sin asas, tallada en un ágata o cornalina oriental. Es un vaso «murrino» (pulido con mirra) procedente de un taller oriental helenístico-romano, que puede datarse entre el siglo IV a.C. y el siglo I d.C., y más concretamente entre los siglos II y I a.C. Estas características le hacen perfectamente compatible con una «copa de bendición» de las que se usaban en Jerusalén para la celebración de Pascua en el primer siglo de nuestra era. En este sentido podemos afirmar que la arqueología no contradice en absoluto lo que la tradición afirma. En el museo británico de Londres, por ejemplo, se muestran dos copas muy semejantes a la copa valenciana, también talladas en piedras semipreciosas, procedentes de oriente, y que se atribuyen a la misma época. No es por tanto tan descabellado pensar, como podría pensarse a simple vista, que la parte superior del cáliz pudo haberse usado en la última cena.
(No me resisto a reclamar en este momento que cuando se hable de reliquias se haga con un mínimo conocimiento de causa. Nadie en su sano juicio puede pretender que la copa completa fuera usada por Jesús, pero evidentemente esto no ha sido afirmado científicamente por nadie. La reliquia sería la copa y el resto del cáliz es el relicario que se ha colocado para resaltar y dar importancia a la pieza principal)
La segunda pieza es el cuenco, a modo de naveta, que se ha colocado boca abajo, para dar estabilidad al conjunto, formando una especie de pequeño pedestal. Es de un color parecido e idéntico material a la pieza principal. Beltrán considera que este cuenco inferior sería sencillamente, un recipiente reutilizado, de taller cordobés o fatimita –fechable entre los siglos X al XII d.C.– y que el único enlace entre ambas piezas es ese parecido: alguien las habría unido en un momento determinado para formar un conjunto que realzara la copa superior.
Sinceramente creo que esto no puede afirmarse con total seguridad, pues no existen datos que nos permitan descartar que sí existiera un vínculo anterior entre la copa y la naveta. Lo que personalmente me sorprende es que alguien encontrara —casualmente— dos vasos de tan distintas procedencias y épocas tallados en cornalinas tan semejantes de color. Me consta que en estos momentos se está intentando encontrar algún yacimiento que produzcan ágatas con esa tonalidad y no se ha localizado. Sólo hemos visto una cornalina con colores y vetas prácticamente idénticos al cáliz de Valencia en el Museo de ciencias Naturales de Nueva York. No obstante sí es frecuente encontrar en la antigüedad relicarios cristianos adornados con joyas reutilizadas, incluso de procedencia pagana. La Cruz de la Victoria existente en Oviedo es un ejemplo de lo que estoy diciendo.
La idea del profesor Beltrán está basada en un descubrimiento sorprendente realizado por él: una extraña inscripción en letra cúfica (una escritura muy primitiva, simplificada, de origen árabe, que carece de vocales) marcada con un buril sobre la piedra del pedestal. Son diversas las interpretaciones que se han realizado sobre el texto y su significado.
Beltrán lanza la idea de que dicha inscripción debería leerse «Lilzahira», es decir «para la más floreciente», haciendo referencia a «la ciudad floreciente» (Al Medina al Zahira), o sea, la «Medina Azahara» construida por Almanzor en el siglo X, en la actual provincia de Córdoba. Según él, la inscripción sería una marca realizada para mostrar la pertenencia a la vajilla del palacio, y no se borró al darle un nuevo destino. Sin embargo, no es la única interpretación posible y, de hecho, no se admite pacíficamente entre otros autores. Además, la inscripción no implica necesariamente la datación de la naveta: podría haberse marcado muchos siglos después por manos totalmente ajenas a las de su fabricante.
La tercera parte del Cáliz la constituye el vástago con el nudo y las asas que sirve para unir la copa principal y la naveta invertida. Ésta es la parte menos estudiada: lo que sí sabemos es que está descrita, tal y como es actualmente, en el inventario de bienes del Rey Martín fechado en 1410, así que lo podemos afirmar con total seguridad es que es anterior a dicha fecha. Toda la ornamentación de la copa constituye un exquisito trabajo de orfebrería en oro al que se han añadido perlas, esmeraldas y rubíes. Beltrán considera que el cáliz salió ya alhajado del monasterio de San Juan de la Peña y que los monjes se esforzaron en realzarlo, lo cual demuestra el valor que le atribuían, si bien es preciso advertir que no se trata de una ornamentación realizada por unos monjes aficionados. Estos adornos nos hacen pensar en una labor profesional que en su día debió tener un valor económico extraordinario.
Hasta aquí un resumen sucinto de lo que sabemos, arqueológicamente hablando, del Cáliz de Valencia. Sería necesario analizar ahora si esta copa tiene algo que ver con el cáliz usado por Jesús. Tendremos por tanto que remontarnos al principio de nuestra era y ver lo que la tradición y la documentación nos dicen sobre aquel objeto y su posible identificación con el nuestro.
Eso lo veremos en un próximo artículo.